Ese hombre se había perdido. No solo estaba desorientado, algo mucho peor, se tropezó y se le cayó la palabra perdido. No la pudo encontrar. Ahora estaba en peores problemas: no sabía nombrar lo que le estaba pasando.
Vino otro hombre, que en sus ojos llevaba vacío, y decidido le saco una palabra de la boca. Sí, con las dos manos le abrió las fauces, tomó la palabra ser y escapó. El hombre estaba aún más en la nada misma porque ahora no podía estar perdido y tampoco podía ser. Y si uno no puede ser y no sabe lo que es estar perdido como creen que se pueda encontrar.
Así fue cediendo las palabras porque cada vez tenía menos y cada tanto pagaba en el almacén con un no sé, y con algunas otras no muy gratas. Dictador, perverso, cínico y por error se le soltó “gato”. Hubiese querido no usar esa última porque cuando su minino se acercó estaba aterrado. No podía explicar ese fenómeno y sólo onomatopeyas apenas podía gemir.
Se endeudó y así fue quedando mudo, torpe, obsecuente, aterido. Su presencia se volvió un hálito de niebla.
Ya casi sin nada de palabras y con apenas chirolas de oug, ay, uf, fue dejand est mun si ni g…